domingo, 8 de abril de 2012

Viaje por mis recuerdos en Semana Santa



Llegando a casa, después de unos días en el Valle de Elqui. Como siempre, los sentimientos que afloran son muchos y confusos, no voy a profundizar en ellos, solamente escribiré aquí que hago un esfuerzo por estar bien, y disfrutar lo bueno que tengo. Mis penas son profundas también, y es necesario aprender a vivir con ellas, y continuar.
Como cristiana que soy, siempre intento que estos días sean de reflexión, y en eso ocupé mis energías, disfrutando del contacto con la belleza y tranquilidad del campo. Valle de Elqui, un rincón apenas visible en Pueblo Hundido, cerca de Paihuano; muy parecido a mi valle, Limarí. Conexión con mi infancia, recuerdos que vienen a mi mente en una bella noche de luna llena, luna de oro que logra iluminar mi memoria. En cada espacio de este lugar hay rastros de manos que sembraron, que plantaron. Ahora, los árboles dan sus frutos y sombra a sus visitantes. Recuerdo a mi abuelo Armando, me parece verlo entrar a su "quincho", que siempre tuvo acceso restringido, era un privilegio que el tata te invitara a entrar. Ahí pasaba largas horas de los días de sus últimos años, regando sus rosales, sus árboles, aguardando el nacimiento de las codornices que con total seguridad anidaban por ahí. Intento imaginar en qué pensaba cuando estaba ahí, aislado de todos, recordaría sus momentos felices, sus tristezas, en lo que había hecho y dejado de hacer, en que aún en sus últimos años, era testigo directo de como la vida se generaba una y otra vez. Recuerdo esos lindos días de mis infantiles años, en el campo, jugando interminablemente con mis hermanos. Recuerdo las pequeñas labores que nos asignaban y que para nosotros era una aventura: encontrar los nidos donde las gallinas secretamente ponían sus huevos, ir por pasto para los chanchos, recoger las frutas en verano, cuidar de las vacas mientras pastaban en el potrero de alfalfa y hacerlas correr con nuestros perros para evitar que se "empastaran", ir a la quebrada y buscar a los caballos. Me parece ver a mi papá y a mi tata por la mañana, temprano, sacando la leche; a mi abuela esperando la leche para empezar a hacer el queso; mi mamá esperando la leche para preparar el desayuno; mi hermano menor, iniciando sus paseos con el tata que recorría la parcela mirando los cercos, para ver si había algo que reparar mientras contaba sus improbables historias del Tío Chubino, la zorra, el león, que mi hermano en sus cándidos años creía ciertos. Yo y mis deliciosas tardes de lectura bajo un pimiento, mi pimiento, mis viajes por las nubes, con el viento en mi cara, imaginando tantas cosas, soñando, algo que no he perdido aún.
Mirar hacia atrás para mí es un ejercicio sanador, siempre. Tuve una infancia bella, no exenta de penas, por cierto, como ahora. Lo importante es aprender que forman parte de la vida, del crecimiento, y como diría mi amado Jorge Drexler: "ya he dejado que se empañe la ilusión de que vivir es indoloro...". Por ahora, baterías recargadas para una nueva semana de trabajo.
Mi desahogo, por hoy.