sábado, 12 de junio de 2010

De mi viaje a las alturas de Machu Pichu, Perú.-

Esta semana, mientras almorzaba con una amiga, quien me relataba una de las historias tragicómicas de su reciente viaje a Cuba, tuve la oportunidad de recordar una experiencia propia en el viaje que realicé a Perú en el año 2007, y a pesar de que ya han pasado tres años, la imagen y la emoción siguen intactos, como asimismo, mi recelo hacia todo lo que huela a estadounidense (algo más que prejuicio). Luego de la visita soñada a Machu Pichu, cuando bajábamos a Aguas Calientes en una micro, había un grupo de niños vestidos a la usanza inca, que bajaban y en cada curva del camino, se subían a la micro y se despedían en español, quechua, inglés y francés. A mi micro, se subía un pequeño, de no más de 8 años; a la segunda subida, su voz evidenciaba el cansancio al bajar corriendo para alcanzar la micro en su próxima vuelta, sentí pena y admiración por el esfuerzo que hacían los pequeños; para mi sorpresa, a los gringos les provocaba mucha risa. Como toda micro de turista, se podían escuchar varios idiomas y acentos, y desde luego, no faltaban los típicos turistas yankis (fácilmente identificables porque además de hablar gritando, llevan en su atuendo más de alguna señal de su país de origen). Cuando estábamos por llegar,en la penúltima vuelta del camino, el niño empezó a pedirnos "one dolar". Yo viajaba con dos amigas, y con una de ellas, empezamos a juntar las moneditas porque ya dinero no nos quedaba mucho, y cuando observábamos y esperábamos que el chico llegara al final de la micro, donde íbamos sentadas, fuimos testigos de como uno de los gringos, un tipo de unos 50 años, y lejos, el más yanqui de todos, iniciaba una especie de juego con el niño para entregarle sus monedas, una especie de "oso", cada vez que el niño acercaba su mano; finalmente, dejó caer las monedas al suelo, provocando la risa de sus compañeros de viaje. El niño miró y sonrió humildemente, y se agachó a recoger las monedas. Yo experimenté pena y rabia, pero fui incapaz de hacer algo, en el momento pensé que si supiera hablar inglés, le habría dicho unas cuantas cosas, ahora pienso que para defender a ese niño no necesitaba dominar un idioma, mi reacción pudo ser distinta, pero en ese momento, sólo pude identificarme con ese niño, y sentir a regañadientes, el peso de la dominación que muchos yanquis se jactan de tener hacia el resto del mundo. Recuerdo que al bajarnos de la micro, esperamos al niño, y mientras esperábamos, pudimos constatar como el chofer del bus le pedía las monedas que había recolectado, las contaba, se dejaba una gran parte de ellas para sí, y le entregaba una mínima parte al pequeño. Segundo abuso, esta vez de un peruano, con el que comparto el mismo idioma. Pero esta vez, la justificación para hacer nada, fue mejor no meterse, mal que mal, así funcionan, qué puedes hacer tú, que estás de turista nada más. Recuerdo que nos fuimos, llegamos al hostal,y no pude evitar ponerme a llorar, lloré de rabia, de pena, de impotencia, por no hacer nada por ese niño, porque yo estaba ahí de vacaciones, disfrutando de la vida, conociendo un lugar maravilloso, pero donde hay mucho dolor, mucha pobreza, y muchos niños como el que vi, y bueno, por la típica explicación de que así es la vida, no es mucho lo que puedes hacer para cambiarla. Han pasado tres años, y mirando hacia atrás, me pregunto si hoy sería capaz de hacer algo, y sinceramente, no puedo asegurarlo, pero siento que esa experiencia me permitiría reaccionar de una manera diferente.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario